4.3- FORTUNATA Y JACINTA

4.3.1- Resume su argumento: para ello céntrate en las relaciones entre Fortunata, Jacinta, Juan Santa Cruz y Maximiliano Rubí
4.3.2- Personajes:
4.3.2- Personajes:
- Fortunata:
- ¿Cuál es su origen social?
Su origen social proviene de una familia de clase baja, ella nace siendo pobre.
-¿Cómo es su relación con Santa Cruz,? ¿Está enamorada de él?
Ella dice que él no se acuerda de ella, cosa que después se puede comprobar que es mentira y que está casado. Sí, cuando Nicolás le pregunta que si repetiría con alguno de los ocho chicos con los que estuvo en los diez/doce años que llevaba sin confesarse, ella responde que sí, haciendo alusión a Juan Santa Cruz (Del minuto 12:30 hasta el minuto 12:50 del capítulo 5) también se puede ver como ella no está con él por dinero, sino por verdadero amor, ya que esta le propone que trabajen los dos.
- ¿Qué es para ella el amor?
Para ella el amor es una fuerza que lo puede todo, sobre todo a las convenciones sociales, es algo natural. (ella solo ha sentido esto con Juan Santa Cruz), por decir esto posteriormente el hermano de Maximiliano, Nicolás, le hecha una gran reprimenda diciendo que eso es de mujeres salvajes, que el verdadero amor es el espiritual (capítulo 5).
-¿Qué envidia de Jacinta?
Sobre todo envidia que esta casada con Juan y su honradez
-¿Cuál es su conflicto interior en su relación con Maximiliano Rubí (en el minuto 38 del siguiente episodio que RTVE hizo de una serie basada en la novela, hallarás la respuesta: FORTUNATA Y JACINTA SERIE
El conflicto interior de Fortunata surge porque en caso de casarse con Maxi ganaría honra y no volver a tratar con mala gente, sin embargo, en el aspecto en el que perdería es tener que cuidar de él todos los días, que no la atrae nada fisicamente hablando, a parte que sería una relación en la que el hombre es más débil que la mujer.
- Jacinta:
-¿ Cuál es su origen social, qué colectivo social representa?
Ella nace en una familia adinerada, y representa al grupo de las marquesas, duquesas y señoras, en el episodio se la puede ver cuando dicho colectivo social pasa por el convento (minuto 45 del capítulo 5)
-¿ Cómo es su relación con Santa Cruz?
Es practicamente de hermanos ya que realmente es su prima. Jacinta es la esposa de Santa Cruz aunque este la es infiel en multitud de ocasiones. Aunque Jacinta lo sabe, no dice nada por su frágil carácter y personalidad.
-¿Cuál es su gran obsesión?
Su gran obsesión es ser madre, hasta tal punto de aceptar un hijo que tiene Santa Cruz con Fortunata. Aunque posteriormente termina su relación con este por la multitud de infidelidades.
-¿Qué siente hacia Fortunata?
Envidia, al ver que esta le gana en todo, tanto en personalidad como en convicciones. También le arrebata a su chico (Santa Cruz) y tiene un hijo con él.
- Juan Santa Cruz:
-¿Qué grupo social representa?
Santa Cruz representa a la burguesía, a los señoritos, dado que proviene de una familia de dicho grupo social, se crió desde pequeño obteniendo todos los caprichos que se le pasaban por la mente ya que era adinerado.
- ¿Cómo es su carácter?
Se le describe como una persona hipócrita y caprichosa por la educación que recibió de pequeño, además de un golfo y vividor (esta fama se la ganó por las innumerables infidelidades que protagonizó). También se dice que tiene mentalidad infantil.
- ¿Cómo es su relación con Jacinta?
Socialmente es su mujer aunque realmente es su prima y no siente ninguna atracción sexual por ella, pese a esto mantienen una buena relación porque se quieren pero es un amor familiar, completamente distinto al que siente por Fortunata. De Jacinta simplemente le llama la atención su pureza y la clase social de la que proviene, por esto poco a poco va dejando de sentir tanto por ella y comienza a verse a escondidas con Fortunata. Pese a esto para Juan, Fortunata no se puede comparar con Jacinta, ya que debido al desnivel social gana Jacinta.
-¿Cómo es su relación con Fortunata? ¿Qué simbolismo social tiene esta relación (recuerda a qué grupos sociales pertenecen)?
Fortunata está enamorada de él pero este simplemente se ve atraído por ella porque la ve como algo prohibido debido al grupo social que pertenece cada uno. Es un simbolismo social de explotación.
- Maximiliano Rubí:
- Lee la presentación que Galdós hace de él antes de conocer a Fortunata y contesta a las siguientes preguntas:
- ¿Es inteligente?
Lo que se observa en el texto y en el episodio 4 es que no, de hecho tiene fama de no valer para nada, ya que es un desastre, físicamente se le describe como una persona muy fea e intelectualmente como alguien que no tiene personalidad, siempre dice que si, y que no le va muy bien en los estudios. Posteriormente con la maduración de la novela lo que se va mostrando es que es más inteligente y más cuerdo de lo que todo el mundo pensaba.
- ¿Estudia Farmacia por vocación?
No, lo estudia porque es lo que le han dicho que debe de estudiar, porque se gana mucho dinero.
-¿Qué hace su tía para que apruebe?
Ayudarle en todo lo que puede, para despertarle cuando no se podía levantar, para estudiar, le animaba, se iba a hablar con sus profesores.
-¿Cómo es físicamente?
Se le describe como una persona muy fea, con la cabeza chata, pelo escaso, encorvado, con granos a los 23 años, con el hueso de la nariz hundido cosa que le dificultaba el respirar, además de tener un cuerpo pequeño y mal conformado.
-¿Por qué miraba a los soldados desde su casa?
Porque le parecía algo muchísimo más entretenido que lo que él estudiaba y porque verles le hacía jugar con la imaginación y sentirse bien.
-¿Qué imaginaba cuando andaba solo por la calle?
Que era una persona más atractiva, con el hueso de la nariz bien y con la espalda derecha.
-¿En qué categorías encuadraba a las mujeres? ¿Cómo era su relación con ellas?
En honradas y las que no lo eran. A el le gustaba verlas pero no imaginarse que alguna le dirigía la palabra porque se ponía muy nervioso y si veía que alguna se dirigía hacia él, este huía.
Juan Pablo, que siempre se había equivocado en lo referente a sí mismo y andaba por caminos torcidos, acertó al disponer que su hermano pequeño siguiese la carrera de Farmacia. Muchas personas que no hacen más que disparates, poseen esta perspicacia del consejo y de la dirección de los demás, y no dando pie con bola en los destinos propios, ven claro en los del prójimo. En tal decisión tuvo además bastante parte un grande amigo del difunto Nicolás Rubín y de toda la familia (el farmacéutico Samaniego, dueño de la acreditada botica de la calle del Ave María), prometiendo tomar bajo sus auspicios a Maximiliano, llevársele de mancebo o practicante con la mira de que, andando el tiempo, se quedase al frente del establecimiento.
Empezó Maximiliano sus estudios el 69, y su hermano y su tía le ponderaban lo bonita que era la Farmacia y lo mucho que con ella se ganaba, por ser muy caros los medicamentos y muy baratas las primeras materias: agua del pozo, ceniza del fogón, tierra de los tiestos, etcétera... El pobre chico, que era muy dócil, con todo se mostraba conforme. Lo que es entusiasmo, hablando en plata, no lo tenía por esta carrera ni por otra alguna; no se había despertado en él ningún afán grande ni esa curiosidad sedienta de que sale la sabiduría. Era tan endeble que la mayor parte del año estaba enfermo, y su entendimiento no veía nunca claro en los senos de la ciencia, ni se apoderaba de una idea sino después de echarle muchas lazadas como si la amarrara. Usaba de su escasa memoria como de un ave de cetrería para cazar las ideas; pero el halcón se le marchaba a lo mejor, dejándole con la boca abierta y mirando al cielo.
Fueron penosísimos los primeros pasos en la carrera. La pereza y la debilidad le retenían en el lecho por las mañanas más tiempo del regular, y la pobre doña Lupe pasaba la pena negra para sacarle de las sábanas. Levantábase ella muy temprano, y se ponía a dar golpes con el almirez junto a la misma cabeza del durmiente, que las más de las veces no se daba por entendido de tal estruendo. Luego le hacía cosquillas, acostaba al gato con él, le retiraba las sábanas con la debida precaución para que no se enfriase. El sueño se cebaba de tal modo en aquel cuerpo, por las exigencias de la reparación orgánica, que el despertar del estudiante era obra de romanos y una de las cosas en que más energía y constancia desplegaba doña Lupe.
El muchacho estudiaba y quería cumplir con su deber; pero no podía ir más allá de sus alcances. Doña Lupe le ayudaba a estudiar las lecciones, animábale en sus desfallecimientos, y cuando le veía apurado y temeroso por la proximidad de los exámenes, se ponía la mantilla y se iba a hablar con los profesores. Tales cosas les decía, que el chico pasaba, aunque con malas notas. Como no estuviese enfermo, asistía puntualmente a clase, y era de los que traían mayor trajín de notas, apuntes y cuadernos. Entraba en el aula cargado con aquel fardo, y no perdía sílaba de lo que el profesor decía.
Era de cuerpo pequeño y no bien conformado, tan endeble que parecía que se lo iba a llevar el viento, la cabeza chata, el pelo lacio y ralo. Cuando estaban juntos él y su hermano Nicolás, a cualquiera que les viese se le ocurriría proponer al segundo que otorgase al primero los pelos que le sobraban. Nicolás se había llevado todo el cabello de la familia, y por esta usurpación pilosa, la cabeza de Maximiliano anunciaba que tendría calva antes de los treinta años. Su piel era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer desmedrada y clorótica. Tenía el hueso de la nariz hundido y chafado, como si fuera de sustancia blanda y hubiese recibido un golpe, resultando de esto no sólo fealdad sino obstrucciones de respiración nasal, que eran sin duda la causa de que tuviera siempre la boca abierta. Su dentadura había salido con tanta desigualdad que cada pieza estaba, como si dijéramos, donde le daba la gana. Y menos mal si aquellos condenados huesos no le molestaran nunca; ¡pero si tenía el pobrecito cada dolor de muelas que le hacía poner el grito más allá del Cielo! Padecía también de corizas y las empalmaba, de modo que resultaba un coriza crónico, con la pituitaria echando fuego y destilando sin cesar. Como ya iba aprendiendo el oficio, se administraba el yoduro de potasio en todas las formas posibles, y andaba siempre con un canuto en la boca aspirando brea, demonios o no sé qué.
Dígase lo que se quiera, Rubín no tenía ilusión ninguna con la Farmacia. Mas no estaba vacía de aspiraciones altas el alma de aquel joven, tan desfavorecido por la Naturaleza que física y moralmente parecía hecho de sobras. A los dos o tres años de carrera, aquel molusco empezó a sentir vibraciones de hombre, y aquel ciego de nacimiento empezó a entrever las fases grandes y gloriosas del astro de la vida. Vivía doña Lupe en aquella parte del barrio de Salamanca que llamaban Pajaritos. Maximiliano veía desde la ventana de su tercer piso a los alumnos de Estado Mayor, cuando la Escuela estaba en el 40 antiguo de la calle de Serrano; y no hay idea de la admiración que le causaban aquellos jóvenes, ni del arrobamiento que le producía la franja azul en el pantalón, el ros, la levita con las hojas de roble bordadas en el cuello, y la espada... ¡tan chicos algunos y ya con espada! Algunas noches, Maximiliano soñaba que tenía su tizona, bigote y uniforme, y hablaba dormido. Despierto deliraba también, figurándose haber crecido una cuarta, tener las piernas derechas y el cuerpo no tan caído para adelante, imaginándose que se le arreglaba la nariz, que le brotaba el pelo y que se le ponía un empaque marcial como el del más pintado. ¡Qué suerte tan negra! Si él no fuera tan desgarbado de cuerpo y le hubieran puesto a estudiar aquella carrera, ¡cuánto se habría aplicado! Seguramente, a fuerza de sobar los libros, le habría salido el talento, como se saca lumbre a la madera frotándola mucho.
Los sábados por la tarde, cuando los alumnos iban al ejercicio con su fusil al hombro, Maximiliano se iba tras ellos para verles maniobrar, y la fascinación de este espectáculo durábale hasta el lunes. En la clase misma, que por la placidez del local y la monotonía de la lección convidaba a la somnolencia, se ponía a jugar con la fantasía y a provocar y encender la ilusión. El resultado era un completo éxtasis, y al través de la explicación sobre las propiedades terapéuticas de las tinturas madres, veía a los alumnos militares en su estudio táctico de campo, como se puede ver un paisaje al través de una vidriera de colores.
Los chicos de la clase de Botánica se entretenían en ponerse motes semejantes a las nomenclaturas de Linneo. A un tal Anacleto que se las tiraba de muy fino y muy señorito, le llamaban Anacletus obsequiosissimus; a Encinas, que era de muy corta estatura, le llamabanQuercus gigantea. Olmedo era muy abandonado y le caía admirablemente el Ulmus sylvestris. Narciso Puerta era feo, sucio y mal oliente. Pusiéronle Pseudo-Narcissus odoripherus. A otro que era muy pobre y gozaba de un empleíto, le pusieron Christophorus oficinalis y por último, a Maximiliano Rubín, que era feísimo, desmañado y de muy cortos alcances, se le llamó durante toda la carrera Rubinius vulgaris.
Al entrar el año de 1874, tenía Maximiliano veinticinco y no representaba aún más de veinte. Carecía de bigote, pero no de granos que le salían en diferentes puntos de la cara. A los veintitrés años tuvo una fiebre nerviosa que puso en peligro su vida; pero cuando salió de ella parecía un poco más fuerte; ya no era su respiración tan fatigosa ni sus corizas tan tenaces, y hasta los condenados raigones de sus muelas parecían más civilizados. No usaba ya el ioduro tan a pasto ni el canuto de brea, y sólo las jaquecas persistían, como esos amigos machacones cuya visita periódica causa espanto. Juan Pablo estaba entonces en el Cuartel Real, y doña Lupe dejaba a Maximiliano en libertad, porque le creía inaccesible a los vicios por razón de su pobreza física, de su natural apático y de la timidez que era el resultado de aquellas desventajas. Y además de libertad, dábale su tía algún dinero para sus placeres de mozo, segura de que no había de gastarlo sino con mucho pulso. Inclinábase el chico a economizar, y tenía una hucha de barro en la cual iba metiendo las monedas de plata y algún centén de oro que le daban sus hermanos cuando venían a Madrid. En la ropa era muy mirado, y gustaba de hacerse trajes baratos y de moda, que cuidaba como a las niñas de sus ojos. De esto le sobrevino alguna presunción, y gracias a ella su figura no parecía tan mala como era realmente. Tenía su buena capa de embozos colorados; por la noche se liaba en ella, metíase en el tranvía y se iba a dar una vuelta hasta las once, rara vez hasta las doce. Por aquel tiempo se mudó doña Lupe a Chamberí, buscando siempre casas baratas, y Maximiliano fue perdiendo poco a poco la ilusión de los alumnos de Estado Mayor.
Su timidez, lejos de disminuir con los años, parecía que aumentaba. Creía que todos se burlaban de él considerándole insignificante y para poco. Exageraba sin duda su inferioridad, y su desaliento le hacía huir del trato social. Cuando le era forzoso ir a alguna visita, la casa en que debía entrar imponíale miedo, aun vista por fuera, y estaba dando vueltas por la calle antes de decidirse a penetrar en ella. Temía encontrar a alguien que le mirara con malicia, y pensaba lo que había de decir, aconteciendo las más de las veces que no decía nada. Ciertas personas le infundían un respeto que casi casi era pánico, y al verlas venir por la calle se pasaba a la otra acera. Estas personas no le habían hecho daño alguno; al contrario, eran amigos de su padre, o de doña Lupe o de Juan Pablo. Cuando iba al café con los amigos, estaba muy bien si no había más que dos o tres. En este caso hasta se le soltaba la lengua y se ponía a hablar sobre cualquier asunto. Pero como se reunieran seis u ocho personas, enmudecía, incapaz de tener una opinión sobre nada. Si se veía obligado a expresarse, o porque se querían quedar con él o porque sin malicia le preguntaban algo, ya estaba mi hombre como la grana y tartamudeando.
Por esto le gustaba más, cuando el tiempo no era muy frío, vagar por las calles, embozadito en su pañosa, viendo escaparates y la gente que iba y venía, parándose en los corros en que cantaba un ciego, y mirando por las ventanas de los cafés. En estas excursiones podía muy bien emplear dos horas sin cansarse, y desde que se daba cuerda y cogía impulso, el cerebro se le iba calentando, calentando hasta llegar a una presión altísima en que el joven errante se figuraba estar persiguiendo aventuras y ser muy otro de lo que era. La calle con su bullicio y la diversidad de cosas que en ella se ven, ofrecía gran incentivo a aquella imaginación, que al desarrollarse tarde, solía desplegar los bríos de que dan muestras algunos enfermos graves. Al principio no le llamaban la atención las mujeres que encontraba; pero al poco tiempo empezó a distinguir las guapas de las que no lo eran, y se iba en seguimiento de alguna, por puro éxtasis de aventura, hasta que encontraba otra mejor y la seguía también. Pronto supo distinguir de clases, es decir, llegó a tener tan buen ojo, que conocía al instante las que eran honradas y las que no. Su amigoUlmus sylvestris, que a veces le acompañaba, indújole a romper la reserva que su encogimiento le imponía, y Maximiliano conoció a algunas que había visto más de una vez y que le habían parecido muy guapetonas. Pero su alma permanecía serena en medio de sus tentativas viciosas: las mismas con quienes pasó ratos agradables le repugnaban después, y como las viera venir por la calle, les huía el bulto.
Agradábale más vagar solo que en compañía de Olmedo, porque este le distraía, y el goce de Maximiliano consistía en pensar e imaginar libremente y a sus anchas, figurándose realidades y volando sin tropiezo por los espacios de lo posible, aunque fuera improbable. Andar, andar y soñar al compás de las piernas, como si su alma repitiera una música cuyo ritmo marcaban los pasos, era lo que a él le deleitaba. Y como encontrara mujeres bonitas, solas, en parejas o en grupos, bien con toquilla a la cabeza o con manto, gozaba mucho en afirmarse a sí mismo que aquellas eran honradas, y en seguirlas hasta ver a dónde iban. «¡Una honrada! ¡Que me quiera una honrada!». Tal era su ilusión... Pero no había que pensar en tal cosa. Sólo de pensar que le dirigía la palabra a una honrada, le temblaban las carnes. ¡Si cuando iba a su casa y estaban en ella Rufinita Torquemada o la señora de Samaniego con su hija Olimpia, se metía en la cocina por no verse obligado a saludarlas...!
De esta manera aquel misántropo llegó a vivir más con la visión interna que con la externa. El que antes era como una ostra había venido a ser algo como un poeta. Vivía dos existencias, la del pan y la de las quimeras. Esta la hacía a veces tan espléndida y tal alta, que cuando caía de ella a la del pan, estaba todo molido y maltrecho. Tenía Maximiliano momentos en que se llegaba a convencer de que era otro, esto siempre de noche y en la soledad vagabunda de sus paseos. Bien era oficial de ejército y tenía una cuarta más de alto, nariz aguileña, mucha fuerza muscular y una cabeza... una cabeza que no le dolía nunca; o bien un paisano pudiente y muy galán, que hablaba por los codos sin turbarse nunca, capaz de echarle una flor a la mujer más arisca, y que estaba en sociedad de mujeres como el pez en el agua. Pues como dije, se iba calentando de tal modo los sesos, que se lo llegaba a creer. Y si aquello le durara, sería tan loco como cualquiera de los que están en Leganés. La suerte suya era que aquello se pasaba, como pasaría una jaqueca; pero la alucinación recobraba su imperio durante el sueño, y allí eran los disparates y el teje maneje de unas aventuras generalmente muy tiernas, muy por lo fino, con abnegaciones, sacrificios, heroísmos y otros fenómenos sublimes del alma. Al despertar, en ese momento en que los juicios de la realidad se confunden con las imágenes mentirosas del sueño y hay en el cerebro un crepúsculo, una discusión vaga entre lo que es verdad y lo que no lo es, el engaño persistía un rato, y Maximiliano hacía por retenerlo, volviendo a cerrar los ojos y atrayendo las imágenes que se dispersaban. «Verdaderamente -decía él-, ¿por qué ha de ser una cosa más real que la otra? ¿Por qué no ha de ser sueño lo del día y vida efectiva lo de la noche? Es cuestión de nombres y de que diéramos en llamar dormir a lo que llamamos despertar, yacostarse al levantarse... ¿Qué razón hay para que no diga yo ahora mientras me visto: 'Maximiliano, ahora te estás echando a dormir. Vas a pasar mala noche, con pesadilla y todo, o sea con clase de Materia farmacéutica animal...?'».
A continuación tienes un enlace de la serie de RTVE dedicado a su presentación: FORTUNATA Y JACINTA SERIE Después de ver el episodio, contesta a las siguientes preguntas:
-¿Cómo cambia su personalidad tras conocer a Fortunata? Compárale al inicio del episodio (que se corresponde con el texto que has leído) con el del final cuando se enfrenta a su tía.
Cambia en el sentido de que toma confianza y saca su carácter.-Capítulo 4: Al principio era una persona totalmente dependiente de su tía Doña Lupe, esta le levantaba por las mañanas e iba a hablar con el profesor después de los exámenes, pero al final termina discutiendo con su tía porque estaba enamorado de Fortunata y quería casarse con ella mientras que Doña Lupe no se lo permitía. Cambia totalmente, pasa de ser un niño al que le tienen que dar todo hecho a ser una persona totalmente nueva.
-Capítulo 5: Al principio del episodio era una persona vulnerable que estaba todo el día en la cama, que no quería salir de esta al saber que venían sus hermanos a hablar con él, cuando su hermano le saca la conversación en la que hablan de la repartición que tienen que hacer y le dice que él se quedará con el dinero en efectivo que obtendrá al instante, mientras que él se quedará con las tierras que supuestamente equivalen a lo que se queda su hermano, pero tardará meses en vender, acepta. Mientras que al final saca el carácter que hasta la fecha no había demostrado tener, enfrentándose a su tía para exigirle que saquen inmediatamente del convento a Fortunata.
-¿Qué importancia tiene el amor en este cambio (fíjate en lo que dice del amor en la conversación que tiene en la cocina con la criada)?
Tiene toda la importancia, el amor por Fortunata le hace espabilar, es el motivo por el que surge la discusión con su tía, Maxi se enamora realmente de esta muchacha hasta el punto de solo querer estar con ella aunque este amor no es correspondido.
-¿Le importa lo que la gente piense de su relación con Fortunata?
No, porque él la ama con locura, como se observa durante el episodio 5, en el que se le puede ver acudiendo al convento para hablar con ella, planificando como será la casa y los muebles que usarán, mirando a escondidas sobre el muro como trabaja, etc. Y al final del capítulo en el que llega a enfrentarse con su tía por ella.
4.3.3- Temas:
- Conflictos personales: para Galdós el amor verdadero es la unión de lo físico y de lo espiritual, de manera que si falla alguno de los dos aspectos, el amor fracasa. Teniendo en cuenta esto:
-¿Por qué crees que fracasan las tres relaciones de la novela (Fortunata-Juan; Fortuna-Maxi; Jacinta-Juan)?
-Fortunata-Juan: Falla lo espiritual. Un motivo puede ser el desnivel social que sufre la pareja, ya que Fortunata es una mujer pobre mientras que Juan pertenece a la burguesía y tiene mucho dinero. Otro puede ser que aunque Fortunata está realmente enamorada de él, este simplemente la utiliza como un capricho cuando se le antoja para satisfacerse sexualmente.-Fortunata-Maximiliano: Falla lo físico. Esta relación fracasa porque el gran amor que siente Maximiliano hacia Fortunata no es correspondido. Esta realmente está enamorada de Santa Cruz, aunque dice que a Maxi le tiene aprecio y podría surgir cariño con el trato. Siempre que se habla de que Fortunata ha sido infiel la tratan como una criminal, cuando realmente ella es víctima del amor.
-Jacinta-Juan: Falla lo espiritual, al ser primos se tienen un aprecio casi de hermanos, pero no de pareja. Además esta relación fracasa porque Juan está constantemente siendola infiel, hasta el punto de tener un hijo con Fortunata, cosa que provoca la ruptura de la pareja.
-¿Por qué Fortunata no puede amar a Maximiliano aunque éste la trata muy bien? (A partir del minuto 38 del episodio televisivo puedes a encontrar una respuesta)
Uno de los motivos es que aunque sea muy bueno con ella, no le atrae nada, físicamente porque es débil y feo. Otro de los motivos es que sigue enamorada de Juan Santa Cruz, que aunque la dejara embarazada y se portara fatal con ella, es el único hombre que consiguió enamorarla.
-¿Por qué Fortunata se considera la verdadera mujer de Santa Cruz aunque no estén casados?
Porque Santa Cruz no trata a Jacinta como si fuera su mujer, mientras que a Fortunata sí, hasta el punto que tiene un hijo con ella. Al tener un hijo con él Fortunata considera que la ley natural está por delante de la ley social, es decir, que aunque Juan esté casado con Jacinta, la que realmente ha tenido el hijo con él y por tanto es su verdadera esposa es Fortunata.
-¿Qué es el amor para Galdós? En el minuto 35 del episodio de televisión puedes encontrar la respuesta a esta última pregunta.
El amor para Galdós es la pasión que sientes hacia otra persona, es lo más importante, si realmente quieres a la otra persona, independientemente de la clase social a la que pertenezca o a otros prejuicios, tienes que dejarte guiar por los sentimientos. Sobre todo es la unión de lo físico y lo espiritual, es algo que puede con todo, que rompe barreras.
- Conflictos sociales:
-¿Qué periodo de la historia de España se desarrolla la historia?
La historia se desarrolla a mediados del siglo XVIII, en la edad contemporánea.
-¿Qué opina Galdós de la sociedad española de la época, a qué grupos sociales critica más?
Cree que se le da demasiada importancia a la religión, critica sobre todo a la burguesía y al clero.-Burguesía: Galdós la critica mediante Juan Santa Cruz, que es una persona que vive de las rentas, también haciéndole un personaje muy atractivo pero que moralmente no vale nada, ya que es caprichoso, hipócrita, consentido, infantil, infiel, golfo, mujeriego, etc.
-Clero: Lo critica mediante Nicolás, entre otros. Una de las críticas que se puede ver es la hipocresía que tiene este grupo con la comida, ya que a Fortunata y las mujeres del convento las tienen alimentadas exclusivamente de pan y agua, mientras que el hermano de Maximiliano es un hombre gordo que come muchísimo ya que dice que a ciertas horas le empieza a doler mucho la barriga y solo lo puede curar comiendo. También critica a los curas dado que pone a Nicolás a hablar del amor, ya que al ser cura no entiende del tema, además este le dice a Fortunata que el amor físico es vicio, que el verdadero amor es espiritual.
-¿Cuál es el papel de la mujer en esa sociedad?
Galdós critica el trato que se tenía aquel entonces con la mujer. En la obra se puede ver como solo se quería a la mujer para cuidar la casa y para tener hijos, ni si quiera las mujeres de la alta sociedad son cultas, porque se considera que no es necesario ya que estas solo sirven para criar a los hijos (Galdós muestra esto mediante Jacinta, aunque esta no puede tener hijos). No se la dejaba ser libre en lo que a sentimientos se trataba, no se podía enamorar de quien quisiera, esto se puede ver en la conversación que tiene Nicolás con Fortunata en la que le dice que no se puede enamorar de una persona por su físico, solo por su forma de ser (aunque luego la realidad es que se la impone casarse con Maximiliano pese que esta no esta enamorada de él).
-¿Qué simbolismo social tiene el hecho de que Fortunata le dé a Santa Cruz el hijo que no le puede dar Jacinta, qué crees que simboliza ese niño?
Fortunata le da a Santa Cruz el hijo como muestra del amor que siente por él, ya que es el único hombre al que ha amado realmente. Ese hijo simboliza dos cosas, por una parte el fruto del amor que Fortunata siente por Juan y por otra parte el deseo cumplido que tenía Jacinta de tener un hijo. También simboliza que la naturaleza está por encima de la sociedad.
-En la escena que tiene Maximiliano con la criada (minuto 34), expresa su opinión sobre los señoritos que como Santa Cruz se aprovechan de las mujeres pobres, ¿qué opina de ellos? Luego en el minuto 40 habla de las causas que provocan que mujeres como Fortunata se prostituyan, ¿cuáles son?
Les considera un grupo de personas fríbolas, una raza de Caín que son el motivo por los que las mujeres no se fijan en los hombres que realmente las aprecian. La pobreza y el abandono de los señoritos a las mujeres, esto es lo que impulsa a las mujeres a prostituirse, por eso Maxi está muy feliz porque va a recibir parte de una herencia y por esto esta tranquilo de que Fortunata no se va a prostituir.
-Efectivamente Maximiliano trata a Fortunata como nadie lo ha hecho y menos Santa Cruz (fíjate en que se preocupa por enseñarla a leer). Por otro lado, en la conversación con la criada, (minuto 34) Maximiliano se esfuerza en tomarle la lección y le explica la necesidad de aprender a leer (cosa que en una mujer era muy moderno para la la época). Por tanto, a través del personaje de Maximiliano (típico representante de la escasa clase media de la España de la Restauración), Galdós nos habla de la importancia que debe tener este grupo social en la resolución de las injusticias sociales del país ¿Cuál crees que debe ser el papel de la clase media para ayudar a acabar con esas injusticias?
Debe ser el papel fundamental, porque obviamente, a la clase alta no les interesa que el pueblo bajo aprenda a leer y escribir y a poder tomar decisiones por cada uno, es más rentable hacer que vivan en la ignorancia para poderlos manipular con más facilidad. Aquí entra el trabajo de la clase media, que es la que ejerce de mediadora entre la alta y la baja, ellos ven oportuno poder ayudar a la gente pobre a ganar cultura, porque no la han podido tener de pequeños por problemas económicos.
5- LEOPOLDO ALAS "CLARÍN": LA REGENTA
5.1- VIDA E IDEOLOGÍA: escribe los datos biográficos más importantes y di cuál era su ideología política:
Leopoldo García-Alas y Ureña, más conocido como "Clarín" nació en Zamora el 25 de abril de 1852. A los siete años se mudó a Oviedo donde comenzó a estudiar y obtuvo grandes calificaciones. Muy pronto empezó a gustarle la literatura, y empezó a demostrar que valía en el teatro y en el periodismo satírico. En 1875 se convirtió en uno de los colaboradores más activos de la prensa democrática. En 1883 se casó y obtuvo la cátedra de economía y estadística en la Universidad de Zaragoza. En 1884 consiguió el cambio a la Universidad de Oviedo donde dio clase de derecho romano, a parte de ser articulista y escritor. Sus artículos obtuvieron gran popularidad aunque también alguna enemistad. Se le considera el mayor crítico literario de su época. A partir de 1890 comenzó a centrarse más en su obra literaria y se centró en las descripciones de la interioridad humana. Clarín murió el 13 de junio de 1901 en Oviedo debido a una tuberculosis intestinal de último grado.
Clarín se decantó por una ideología política republicana y liberal, para tomar esta decisión se vio influido por La Gloriosa, o la revolución del 1868 y por un círculo intelectual krausista (esto es una doctrina caracterizada por el intento de conciliar el racionalismo y la moral) sobre todo por un profesor que tuvo llamado Francisco Giner de los Ríos.
Clarín se decantó por una ideología política republicana y liberal, para tomar esta decisión se vio influido por La Gloriosa, o la revolución del 1868 y por un círculo intelectual krausista (esto es una doctrina caracterizada por el intento de conciliar el racionalismo y la moral) sobre todo por un profesor que tuvo llamado Francisco Giner de los Ríos.
5.2- LA REGENTA: En el siguiente enlace tienes la versión que RTVE hizo de la novela. Son tres capítulos aunque con el último tendréis suficiente para haceros una idea de la novela:LA REGENTA SERIE
5.2.1- Resume su argumento: para ello céntrate en las relaciones entre Ana Ozores, Fermín de Pas, Álvaro Mesía y Víctor Quintanar.
Ana Ozores era una mujer casada con Víctor Quintanar, este era un hombre mucho más mayor que ella. Pese a estar casados no se amaban, ya que Ana le fue infiel con Álvaro Mesía, hombre al que si que amaba realmente, y Víctor se describía como un hombre que no tenía constancia en las relaciones, ya que siempre las dejaba a medias, en el caso de esta relación intentó ser infiel a su mujer con Petra la criada pero esta no aceptó. Víctor al enterarse que Ana le había sido infiel se vio muy afectado, pero más por la deshonra que esto conllevaba que por el simple hecho de la infidelidad. Fermín de Pas era un sacerdote enamorado de Ana aunque este amor no era correspondido. Este también tuvo una aventura en la cabaña del leñador con la criada Petra.
5.2.2- Personajes:
- Ana Ozores (La Regenta):
- ¿Cómo es su carácter, en qué se diferencia del resto de vetustenses?
Es una dama, en el sentido físico y de carácter, es bella, joven, sensible, soñadora y fantasiosa. Lo que la diferencia del resto de mujeres de Vetusta es que se siente distinta a los demás, al contrario que ellas es una mujer sensible, con inquietudes espirituales y que no se la han descubierto ninguna infidelidad amorosa. Esto genera un sentimiento de envidia de las mujeres de Vetusta hacia ella. -¿Por qué no es feliz en Vetusta y en su matrimonio?
-En Vetusta: No es feliz en Vetusta porque se siente distinta al resto de mujeres de alli, considera el pueblo un lugar frívolo e hipócrita, en donde la Iglesia manipula a la gente mediante el secreto de confesión, además no tiene amistades allí porque los vetustenses no la aceptan por ser diferente a ellos y por esta razón Ana se siente incómoda.
-En su matrimonio: Porque Víctor es una persona mucho más mayor que ella, que no la sabe dar amor, solo tiene tiempo para ir a cazar o al teatro, dejando descuidada a Ana quien tiene que buscar el cariño en Álvaro.
-¿ Qué busca en su relación con el Magistral?
Ve en él alguien muy parecido a ella, que puede servirla para desahogarse. Busca en él la satisfacción espiritual. Ana es una mujer bipolar y cuando tiene etapas de misticismo se refugia en él.
-¿ Y con Álvaro Mesía?
Busca en él la satisfacción sexual que no sabe aportarle su marido. Ana es bipolar y cuando tiene etapas de de disfrutar más de la vida material dejando a un lado la religión se refugia en él.
- Fermín de Pas (El Magistral)
- ¿Tiene auténtica vocación religiosa? Te puede ayudar el siguiente texto: léelo y contesta las
preguntas: ¿Para qué utiliza su puesto en la Iglesia? ¿Qué significa que conocía una "Vetusta subterránea"? ¿Qué significaría para él convertirse en el confesor de la Regenta?
No, él es cura porque se lo impuso su madre, por lo que es un sacerdote sin vocación, su religiosidad es fría e intelectualizada. Utiliza su puesto para acercase a cualquier persona que le apetezca, sobre todo a los altos cargos, como los nobles. También utiliza su puesto en la Iglesia para saber todo de todos los vetustenses a través del secreto de confesión y así dominar el pueblo, o a las personas que le interesase dominar en ese momento, ya que sabe sus mayores intimidades. También le sirve para ascender socialmente, el poder son los secretos que sabe de la gente. Cuando dice que conocía una Vetusta subterránea se refiere a que él la ve de una manera distinta ya que sabe cosas que nadie más del pueblo sabe, porque se aprovecha del secreto de confesión para averiguar lo máximo de todos los habitantes. Supondría tener sometida a la mujer más bella de Vetusta, averiguar todo sobre ella y poder tener un acercamiento, además de un honor porque al ser la mujer más pura y bella de toda Vetusta todo el mundo la quería confesar.
El Magistral conocía una especie de Vetusta subterránea: era la ciudad oculta de las conciencias. Conocía el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que podían servirle para algo. Sagaz como ningún vetustense, clérigo o seglar, había sabido ir poco a poco atrayendo a su confesonario a los principales creyentes de la piadosa ciudad. Las damas de ciertas pretensiones habían llegado a considerar en el Magistral el único confesor de buen tono. Pero él escogía hijos e hijas de confesión. Tenía habilidad singular para desechar a los importunos sin desairarlos. Había llegado a confesar a quien quería y cuando quería. Su memoria para los pecados ajenos era portentosa.
Hasta de los morosos que tardaban seis meses o un año en acudir al tribunal de la penitencia, recordaba la vida y flaquezas. Relacionaba las confesiones de unos con las de otros, y poco a poco había ido haciendo el plano espiritual de Vetusta, de Vetusta la noble; desdeñaba a los plebeyos, si no eran ricos, poderosos, es decir, nobles a su manera. La Encimada era toda suya; la Colonia la iba conquistando poco a poco. Como los observatorios meteorológicos anuncian los ciclones, el Magistral hubiera podido anunciar muchas tempestades en Vetusta, dramas de familia, escándalos y aventuras de todo género. Sabía que la mujer devota, cuando no es muy discreta, al confesarse delata flaquezas de todos los suyos.
Así, el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie.
A más de un liberal de los que renegaban de la confesión auricular, hubiera podido decirle las veces que se había embriagado, el dinero que había perdido al juego, o si tenía las manos sucias o si maltrataba a su mujer, con otros secretos más íntimos. Muchas veces, en las casas donde era recibido como amigo de confianza, escuchaba en silencio las reyertas de familia, con los ojos discretamente clavados en el suelo; y mientras su gesto daba a entender que nada de aquello le importaba ni comprendía, acaso era el único que estaba en el secreto, el único que tenía el cabo de aquella madeja de discordia. En el fondo de su alma despreciaba a los vetustenses. «Era aquello un montón de basura». Pero muy buen abono, por lo mismo, él lo empleaba en su huerto; todo aquel cieno que revolvía, le daba hermosos y abundantes frutos.
La Regenta se le presentaba ahora como un tesoro descubierto en su propia heredad. Era suyo, bien suyo; ¿quién osaría disputárselo?
Y al pensar esto, mirándose al espejo, mientras se lavaba y peinaba, De Pas sonreía con amargura mitigada por el dejo de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco antes.
Estaba desnudo de medio cuerpo arriba. El cuello robusto parecía más fuerte ahora por la tensión a que le obligaba la violencia de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de mármol blanco. Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil (...)
Mientras estaba lavándose, desnudo de la cintura arriba, don Fermín se acordaba de sus proezas en el juego de bolos, allá en la aldea, cuando aprovechaba vacaciones del seminario para ser medio salvaje corriendo por breñas y vericuetos; el mozo fuerte y velludo que tenía enfrente, en el espejo, le parecía un otro yo que se había perdido, que había quedado en los montes, desnudo, cubierto de pelo como el rey de Babilonia, pero libre, feliz.... Le asustaba tal espectáculo, le llevaba muy lejos de sus pensamientos de ahora, y se apresuró a vestirse. En cuanto se abrochó el alzacuello, el Magistral volvió a ser la imagen de la mansedumbre cristiana, fuerte, pero espiritual, humilde: seguía siendo esbelto, pero no formidable. Se parecía un poco a su querida torre de la catedral, también robusta, también proporcionada, esbelta y bizarra, mística; pero de piedra. Quedó satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo epiceno y la sotana flotante y escultural.
El Magistral conocía una especie de Vetusta subterránea: era la ciudad oculta de las conciencias. Conocía el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que podían servirle para algo. Sagaz como ningún vetustense, clérigo o seglar, había sabido ir poco a poco atrayendo a su confesonario a los principales creyentes de la piadosa ciudad. Las damas de ciertas pretensiones habían llegado a considerar en el Magistral el único confesor de buen tono. Pero él escogía hijos e hijas de confesión. Tenía habilidad singular para desechar a los importunos sin desairarlos. Había llegado a confesar a quien quería y cuando quería. Su memoria para los pecados ajenos era portentosa.
Hasta de los morosos que tardaban seis meses o un año en acudir al tribunal de la penitencia, recordaba la vida y flaquezas. Relacionaba las confesiones de unos con las de otros, y poco a poco había ido haciendo el plano espiritual de Vetusta, de Vetusta la noble; desdeñaba a los plebeyos, si no eran ricos, poderosos, es decir, nobles a su manera. La Encimada era toda suya; la Colonia la iba conquistando poco a poco. Como los observatorios meteorológicos anuncian los ciclones, el Magistral hubiera podido anunciar muchas tempestades en Vetusta, dramas de familia, escándalos y aventuras de todo género. Sabía que la mujer devota, cuando no es muy discreta, al confesarse delata flaquezas de todos los suyos.
Así, el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie.
A más de un liberal de los que renegaban de la confesión auricular, hubiera podido decirle las veces que se había embriagado, el dinero que había perdido al juego, o si tenía las manos sucias o si maltrataba a su mujer, con otros secretos más íntimos. Muchas veces, en las casas donde era recibido como amigo de confianza, escuchaba en silencio las reyertas de familia, con los ojos discretamente clavados en el suelo; y mientras su gesto daba a entender que nada de aquello le importaba ni comprendía, acaso era el único que estaba en el secreto, el único que tenía el cabo de aquella madeja de discordia. En el fondo de su alma despreciaba a los vetustenses. «Era aquello un montón de basura». Pero muy buen abono, por lo mismo, él lo empleaba en su huerto; todo aquel cieno que revolvía, le daba hermosos y abundantes frutos.
La Regenta se le presentaba ahora como un tesoro descubierto en su propia heredad. Era suyo, bien suyo; ¿quién osaría disputárselo?
- Lee el siguiente fragmento que muestra a Fermín de Pas mirándose en el espejo mientras se lava y contesta a las preguntas: ¿Por qué dice que miraba con tristeza sus músculos de acero? ¿Qué conflicto interior muestra este fragmento? ¿Por qué se siente en la necesidad de vestirse poniéndose cuanto antes la ropa de cura?
Porque ve que no los puede utilizar. Es el choque de su ambición (de ascender socialemente) y su deseo carnal, ya que ahora que no tiene ocasión de hacer nada dado que se pasa los días encerrado en la iglesia. Tiene deseos carnales y él ve que es atractivo, esto le provoca gran impotencia ya que al ser cura tiene el voto de castidad. Siente la necesidad de vestirse rápido para dejar de pensar en todo esto y centrarse en su oficio que es ser cura.Y al pensar esto, mirándose al espejo, mientras se lavaba y peinaba, De Pas sonreía con amargura mitigada por el dejo de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco antes.
Estaba desnudo de medio cuerpo arriba. El cuello robusto parecía más fuerte ahora por la tensión a que le obligaba la violencia de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de mármol blanco. Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil (...)
Mientras estaba lavándose, desnudo de la cintura arriba, don Fermín se acordaba de sus proezas en el juego de bolos, allá en la aldea, cuando aprovechaba vacaciones del seminario para ser medio salvaje corriendo por breñas y vericuetos; el mozo fuerte y velludo que tenía enfrente, en el espejo, le parecía un otro yo que se había perdido, que había quedado en los montes, desnudo, cubierto de pelo como el rey de Babilonia, pero libre, feliz.... Le asustaba tal espectáculo, le llevaba muy lejos de sus pensamientos de ahora, y se apresuró a vestirse. En cuanto se abrochó el alzacuello, el Magistral volvió a ser la imagen de la mansedumbre cristiana, fuerte, pero espiritual, humilde: seguía siendo esbelto, pero no formidable. Se parecía un poco a su querida torre de la catedral, también robusta, también proporcionada, esbelta y bizarra, mística; pero de piedra. Quedó satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo epiceno y la sotana flotante y escultural.
-¿ Cómo es su relación con la Regenta: qué siente por ella? Fíjate en cómo reacciona cuando se entera de que ha sido infiel con Álvaro Masía: ¿Por qué piensa que la Regenta era su legítima mujer? ¿Qué significa " Cientos de papas, docenas de concilios, miles de pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la historia, toda la civilización, un mundo de plomo, yacían sobre él, sobre sus brazos, sobre sus piernas, eran sus grilletes.... "?
Él lo que siente por Ana es verdadero amor, cuando se entera que ha sido infiel con Álvaro Masía no siente más que rabia, impotencia, y un enorme odio hacia la persona que él consideraba que era con quien le había engañado la Regenta. Él piensa que era su legitima mujer porque es la única de las mujer que ha conocido de la que ha estado tan profundamente enamorado. Esa frase lo que expresa es el dolor y el arrepentimiento que siente de ser cura, porque él considera que esto a sido una de las razones por las que no ha terminado con Ana, ya que esta solo le veía como su confesor, porque al ser sacerdote ella entiende que él de la única persona de la que está enamorada es de la Iglesia y que no podría estar con nadie más.
El Magistral estaba pensando que el cristal helado que oprimía su frente parecía un cuchillo que le iba cercenando los sesos; y pensaba además que su madre al meterle por la cabeza una sotana le había hecho tan desgraciado, tan miserable, que él era en el mundo lo único digno de lástima. La idea vulgar, falsa y grosera de comparar al clérigo con el eunuco se le fue metiendo también por el cerebro con la humedad del cristal helado. «Sí, él era como un eunuco enamorado, un objeto digno de risa, una cosa repugnante de puro ridícula.... Su mujer, la Regenta, que era su mujer, su legítima mujer, no ante Dios, no ante los hombres, ante ellos dos, ante él sobre todo, ante su amor, ante su voluntad de hierro, ante todas las ternuras de su alma, la Regenta, su hermana del alma, su mujer, su esposa, su humilde esposa... le había engañado, le había deshonrado, como otra mujer cualquiera; y él, que tenía sed de sangre, ansias de apretar el cuello al infame, de ahogarle entre sus brazos, seguro de poder hacerlo, seguro de vencerle, de pisarle, de patearle, de reducirle a cachos, a polvo, a viento; él atado por los pies con un trapo ignominioso, como un presidiario, como una cabra, como un rocín libre en los prados, él, misérrimo cura, ludibrio de hombre disfrazado de anafrodita, él tenía que callar, morderse la lengua, las manos, el alma, todo lo suyo, nada del otro, nada del infame, del cobarde que le escupía en la cara porque él tenía las manos atadas.... ¿Quién le tenía sujeto? El mundo entero.... Veinte siglos de religión, millones de espíritus ciegos, perezosos, que no veían el absurdo porque no les dolía a ellos, que llamaban grandeza, abnegación, virtud a lo que era suplicio injusto, bárbaro, necio, y sobre todo cruel... cruel.... Cientos de papas, docenas de concilios, miles de pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la historia, toda la civilización, un mundo de plomo, yacían sobre él, sobre sus brazos, sobre sus piernas, eran sus grilletes.... Ana que le había consagrado el alma, una fidelidad de un amor sobrehumano, le engañaba como a un marido idiota, carnal y grosero.... ¡Le dejaba para entregarse a un miserable lechuguino, a un fatuo, a un elegante de similor, a un hombre de yeso... a una estatua hueca!... Y ni siquiera lástima le podía tener el mundo, ni su madre que creía adorarle, podía darle consuelo, el consuelo de sus brazos y sus lágrimas.... Si él se estuviera muriendo, su madre estaría a sus pies mesándose el cabello, llorando desesperada; y para aquello, que era mucho peor que morirse, mucho peor que condenarse... su madre no tenía llanto, abrazos, desesperación, ni miradas siquiera... Él no podía hablar, ella no podía adivinar, no debía.... No había más que un deber supremo, el disimulo; silencio... ¡ni una queja, ni un movimiento! Quería correr, buscar a los traidores, matarlos... ¿sí? pues silencio... ni una mano había que mover, ni un pie fuera de casa.... Dentro de un rato sí, ¡a coro a coro! ¡Tal vez a decir misa... a recibir a Dios!». El Provisor sintió una carcajada de Lucifer dentro del cuerpo; sí, el diablo se le había reído en las entrañas... ¡y aquella risa profunda, que tenía raíces en el vientre, en el pecho, le sofocaba... y le asfixiaba!...
-¿Qué siente hacia Alvaro Mesía? Quizás te pueda ayudar el siguiente fragmento: el Magistral ve que su relación con la Regenta no va por buen camino y entonces desde la torre de la catedral observa que llega Álvaro Mesía: ¿Qué ve que tanto le molesta? ¿Puede competir con la Regenta de igual a igual con Álvaro Mesía?¿Por qué? ¿Por qué dice que el confesionario era como un cepo?
Siente odio porque le considera la persona que le está arrebatando a la mujer de su vida, la Regenta. Lo que ve que tanto le molesta es que la ve leyendo Santa Juana Francisca, un libro que él mismo la regaló, cuando de repente tiró el libro contra al banco al ver que veían don Víctor y don Álvaro y cuando se fue se lo olvidó alli. No, porque Álvaro Mesía la puede ver en cualquier momento mientras que por motivos de trabajo él solo la puede ver cuando ella va a confesarse. Dice que el confesionario era como un cepo porque se sentía como encarcelado allí sin poder salir, sin poder acercarse a su amada. Mediante este texto Clarín nos dice que la Iglesia servirá para muchas cosas pero no para seducir a una mujer. Esto es lo que intenta Fermín pero es imposible porque se ve en una gran inferioridad respecto a don Álvaro, ya que este la puede ver en cualquier momento y puede haber acercamiento físico mientras que el trato con en Magistral es solo cuando ella se va a confesar.
Si don Álvaro perdía la esperanza, el Magistral tampoco estaba satisfecho. Veía muy lejos el día de la victoria; la inercia de Ana le presentaba cada vez nuevos obstáculos con que él no había contado. Además, su amor propio estaba herido. Si alguna vez había ensayado interesar a su amiga descubriéndole, o por vía de ejemplo o por alarde de confianza, algo de la propia historia íntima, ella había escuchado distraída, como absorta en el egoísmo de sus penas y cuidados. Más había; aquella señora que hablaba de grandes sacrificios, que pretendía vivir consagrada a la felicidad ajena, se negaba a violentar sus costumbres, saliendo de casa a menudo, pisando lodo, desafiando la lluvia; se negaba a madrugar mucho, y alegando como si se tratase de cosa santa, las exigencias de la salud, los caprichos de sus nervios. «El madrugar mucho me mata; la humedad me pone como una máquina eléctrica». Esto era humillante para la religión y depresivopara don Fermín; era, de otro modo, un jarro de agua que le enfriaba el alma al Provisor y le quitaba el sueño.
Una tarde entró De Pas en el confesonario con tan mal humor, que Celedonio el monaguillo le vio cerrar la celosía con un golpe violento. Don Fermín bajaba del campanario, donde, según solía de vez en cuando, había estado registrando con su catalejo los rincones de las casas y de las huertas. Había visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro que debía de ser la historia de Santa Juana Francisca, que él mismo le había regalado. Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco.
—¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal!—había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas. Después habían aparecido en el parque dos hombres, Mesía y Quintanar. Don Álvaro había estrechado la mano de la Regenta que no la había retirado tan pronto como debiera; «¡aunque no fuese más que por estar viéndolos él!». Don Víctor había desaparecido y el seductor de oficio y la dama se habían ocultado poco a poco entre los árboles, en un recodo de un sendero. El Magistral sintió entonces impulsos de arrojarse de la torre. Lo hubiera hecho a estar seguro de volar sin inconveniente. Poco después había vuelto a presentarse don Víctor, el tonto de don Víctor, con sombrero bajo y sin gabán, de cazadora clara, acompañado de don Tomás Crespo, el del tapabocas; los dos se habían ido en busca de los otros y los cuatro juntos se presentaron de nuevo, ante el objetivo del catalejo que temblaba en las manos finas y blancas del canónigo. Don Víctor levantaba la cabeza, extendía el brazo, señalaba a las nubes y daba pataditas en el suelo. Ana había desaparecido otra vez, había entrado en la casa, olvidando a Santa Juana Francisca sobre el banco, y a los dos minutos estaba otra vez allí con chal y sombrero; y los cuatro habían salido por la puerta del parque, que abrió Frígilis con su llave. ¡Iban al campo!
Cuando don Fermín se vio encerrado entre las cuatro tablas de su confesonario, se comparó al criminal metido en el cepo.
—¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal!—había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas. Después habían aparecido en el parque dos hombres, Mesía y Quintanar. Don Álvaro había estrechado la mano de la Regenta que no la había retirado tan pronto como debiera; «¡aunque no fuese más que por estar viéndolos él!». Don Víctor había desaparecido y el seductor de oficio y la dama se habían ocultado poco a poco entre los árboles, en un recodo de un sendero. El Magistral sintió entonces impulsos de arrojarse de la torre. Lo hubiera hecho a estar seguro de volar sin inconveniente. Poco después había vuelto a presentarse don Víctor, el tonto de don Víctor, con sombrero bajo y sin gabán, de cazadora clara, acompañado de don Tomás Crespo, el del tapabocas; los dos se habían ido en busca de los otros y los cuatro juntos se presentaron de nuevo, ante el objetivo del catalejo que temblaba en las manos finas y blancas del canónigo. Don Víctor levantaba la cabeza, extendía el brazo, señalaba a las nubes y daba pataditas en el suelo. Ana había desaparecido otra vez, había entrado en la casa, olvidando a Santa Juana Francisca sobre el banco, y a los dos minutos estaba otra vez allí con chal y sombrero; y los cuatro habían salido por la puerta del parque, que abrió Frígilis con su llave. ¡Iban al campo!
Cuando don Fermín se vio encerrado entre las cuatro tablas de su confesonario, se comparó al criminal metido en el cepo.
- ¿Cómo ha influido su madre en el hecho de ser sacerdote? ¿Qué crees que no quieres decir sutilmente Clarín sobre lo que su madre propone a las criadas? La escena entre la criada y el Magistral sugiere muchas cosas sobre la relación entre ellos: ¿cuáles? Puedes visionar esta escena en el minuto 22 de la serie de RTVE: LA REGENTA SERIE
Su madre al ser tan pura quería que su hijo siguiera los mismos pasos que ella y le impuso la profesión de sacerdote. Lo que sugiere Clarín es que doña Paula dice a las criadas se insinuen al Magistral para hacer que este caiga en la tentación de mantener relaciones sexuales con ellas. La relación entre Fermín y la criada es una relación en la que la sirvienta siente una atracción sexual hacia el sacerdote, esto se puede ver en la manera de hablarle, venir sin que este le llame, o sobre todo cuando se deja ver la tela blanca que tenía debajo del vestido. A esto lo único que hace Fermín es aparentar indiferencia e ignorarlas porque de quien está realmente enamorado es de la Regenta y no piensa en más mujeres.
En casa el Magistral era el señorito. Así le nombraba el ama delante de los criados y era el tratamiento que ellos le daban y tenían que darle.
A doña Paula, que no siempre había sido señora, le sonaba mejor el señorito que un usía. Las doncellas de doña Paula venían siempre de su aldea; las escogía ella cuando iba por el verano al campo. Las conservaba mucho tiempo. La condición de dormir cerca del señorito, por si llamaba, se les imponía con una naturalidad edemíaca. Ni las muchachas ni el Magistral habían opuesto nunca el menor reparo. Los ojos azules, claros, sin expresión, muy abiertos, de doña Paula, alejaban la posibilidad de toda sospecha; por los ojos se le conocía que no toleraba que se pusiese en tela de juicio la pureza de costumbres de su hijo y la inocencia de su sueño; ni al mismo Provisor le hubiera consentido media palabra de protesta, ni una leve objeción en nombre del qué dirán. ¿Qué habían de decir? Allí la castidad de ella, que era viuda, y la de su hijo, que era sacerdote, se tenían por indiscutibles; eran de una evidencia absoluta; ni se podía hablar de tal cosa. «Don Fermín continuaba siendo un niño que jamás crecería para la malicia». Este era un dogma en aquella casa. Doña Paula exigía que se creyera que ella creía en la pureza perfecta de su hijo. Pero todo en silencio.
Teresina entró abrochando los corchetes más altos del cuerpo de su hábito negro (de los Dolores) y en seguida ató cerca de la cintura en la espalda el pañuelo de seda también negro que le cruzaba el pecho.
—¿Qué quería el señorito? ¿se siente mal? ¿traeré ya el café?
—¿Yo?... hija mía... no... no he llamado.
Teresina sonrió. Se pasó una mano mórbida y fina por los ojos, abrió un poco la boca, y añadió:
—Apostaría... haber oído....
—No, yo no. ¿Qué hora es?
Teresina miró al reloj que estaba sobre la cabeza del Magistral. Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea.
—¿Y madre?—Duerme. Se acostó muy tarde. Como están con las cuentas del trimestre....
—Bien; tráeme el café, hija mía.
Teresina, antes de salir, puso orden en los muebles, que no pecaban de insurrectos, que estaban como ella los había dejado el día anterior; también tocó los libros de la mesa, pero no se atrevió con los que yacían sobre las sillas y en el suelo. Aquéllos no se tocaban. Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la siguió impaciente con la mirada, algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o meditando.
Hasta que tuvo el café delante no recordó que él solía decir misa; que era un señor cura. ¿La tenía? ¿Había prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad con que Teresa procedía le tranquilizó.
Ni doña Paula ni Teresa olvidaban jamás estos pormenores. Ellas eran las encargadas de oír la campana del coro, de apuntar las misas, de cuanto se refería a los asuntos del rito. De Pas cumplía con estos deberes rutinarios, pero necesitaba que se los recordasen. ¡Tenía tantas cosas en la cabeza! Sus olvidos eran dentro de casa, porque fuera se jactaba de ser el más fiel guardador de cuanto la Sinodal exigía, y daba frecuentes lecciones al mismo maestro de ceremonias.
Tomó el café y se levantó para dar algunos paseos por el despacho; quería distraerse, sacudir aquellos pensamientos importunos que no le permitían adelantar en su trabajo.
Teresina entraba y salía sin pedir permiso, pero andaba por allí como el silencio en persona; no hacía el menor ruido. Llevó el servicio del café, volvió a buscar un jarro de estaño y el cubo del lavabo; entró de nuevo con ellos y una toalla limpia. Entró en la alcoba, dejando las puertas de cristales abiertas, y se puso a levantar la cama, operación que consistía en sacudir las almohadas y los colchones, doblar las sábanas y la colcha y guardarlas entre colchón y colchón, tender una manta sobre el lecho y colocar una sobre otras las almohadas sacudidas, pero sin funda. El Magistral dormía algunos días la siesta, y doña Paula, por economía, le preparaba así la cama. Hacerla formalmente hubiera sido un despilfarro de lavado y planchado.
Don Fermín volvió a sentarse en su sillón. Desde allí veía, distraído, los movimientos rápidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer fuerza al manejar los pesados colchones. Ella azotaba la lana con vigor y la falda subía y bajaba a cada golpe con violenta sacudida, dejando descubiertos los bajos de las enaguas bordadas y muy limpias, y algo de la pantorrilla. El Magistral seguía con los ojos los movimientos de la faena doméstica, pero su pensamiento estaba muy lejos. En uno de sus movimientos, casi tendida de brazos sobre la cama, Teresina dejó ver más de media pantorrilla y mucha tela blanca. De Pas sintió en la retina toda aquella blancura, como si hubiera visto un relámpago; y discretamente, se levantó y volvió a sus paseos. La doncella jadeante, con un brazo oculto en el pliegue de un colchón doblado, se volvió de repente, casi tendida de espaldas sobre la cama. Sonreía y tenía un poco de color rosa en las mejillas.
—¿Le molesta el ruido, señorito?
El Magistral miró a la hermosa beata que en aquel momento no conservaba ningún gesto de hipocresía. Apoyando una mano en el dintel de la puerta de la alcoba, dijo el amo sonriente como la criada:
—La verdad, Teresina... el trabajo de hoy es muy importante. Si te es igual, vuelve luego, y acabarás de arreglar esto cuando yo no esté.
—Bien está, señorito, bien está—respondió la criada, muy seria, con voz gangosa y tono de canto llano.
Y con mucha prisa, haciendo saltar la ropa cerca del techo, acabó de levantar la cama y salió de las habitaciones del señorito.
A doña Paula, que no siempre había sido señora, le sonaba mejor el señorito que un usía. Las doncellas de doña Paula venían siempre de su aldea; las escogía ella cuando iba por el verano al campo. Las conservaba mucho tiempo. La condición de dormir cerca del señorito, por si llamaba, se les imponía con una naturalidad edemíaca. Ni las muchachas ni el Magistral habían opuesto nunca el menor reparo. Los ojos azules, claros, sin expresión, muy abiertos, de doña Paula, alejaban la posibilidad de toda sospecha; por los ojos se le conocía que no toleraba que se pusiese en tela de juicio la pureza de costumbres de su hijo y la inocencia de su sueño; ni al mismo Provisor le hubiera consentido media palabra de protesta, ni una leve objeción en nombre del qué dirán. ¿Qué habían de decir? Allí la castidad de ella, que era viuda, y la de su hijo, que era sacerdote, se tenían por indiscutibles; eran de una evidencia absoluta; ni se podía hablar de tal cosa. «Don Fermín continuaba siendo un niño que jamás crecería para la malicia». Este era un dogma en aquella casa. Doña Paula exigía que se creyera que ella creía en la pureza perfecta de su hijo. Pero todo en silencio.
Teresina entró abrochando los corchetes más altos del cuerpo de su hábito negro (de los Dolores) y en seguida ató cerca de la cintura en la espalda el pañuelo de seda también negro que le cruzaba el pecho.
—¿Qué quería el señorito? ¿se siente mal? ¿traeré ya el café?
—¿Yo?... hija mía... no... no he llamado.
Teresina sonrió. Se pasó una mano mórbida y fina por los ojos, abrió un poco la boca, y añadió:
—Apostaría... haber oído....
—No, yo no. ¿Qué hora es?
Teresina miró al reloj que estaba sobre la cabeza del Magistral. Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea.
—¿Y madre?—Duerme. Se acostó muy tarde. Como están con las cuentas del trimestre....
—Bien; tráeme el café, hija mía.
Teresina, antes de salir, puso orden en los muebles, que no pecaban de insurrectos, que estaban como ella los había dejado el día anterior; también tocó los libros de la mesa, pero no se atrevió con los que yacían sobre las sillas y en el suelo. Aquéllos no se tocaban. Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la siguió impaciente con la mirada, algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o meditando.
Hasta que tuvo el café delante no recordó que él solía decir misa; que era un señor cura. ¿La tenía? ¿Había prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad con que Teresa procedía le tranquilizó.
Ni doña Paula ni Teresa olvidaban jamás estos pormenores. Ellas eran las encargadas de oír la campana del coro, de apuntar las misas, de cuanto se refería a los asuntos del rito. De Pas cumplía con estos deberes rutinarios, pero necesitaba que se los recordasen. ¡Tenía tantas cosas en la cabeza! Sus olvidos eran dentro de casa, porque fuera se jactaba de ser el más fiel guardador de cuanto la Sinodal exigía, y daba frecuentes lecciones al mismo maestro de ceremonias.
Tomó el café y se levantó para dar algunos paseos por el despacho; quería distraerse, sacudir aquellos pensamientos importunos que no le permitían adelantar en su trabajo.
Teresina entraba y salía sin pedir permiso, pero andaba por allí como el silencio en persona; no hacía el menor ruido. Llevó el servicio del café, volvió a buscar un jarro de estaño y el cubo del lavabo; entró de nuevo con ellos y una toalla limpia. Entró en la alcoba, dejando las puertas de cristales abiertas, y se puso a levantar la cama, operación que consistía en sacudir las almohadas y los colchones, doblar las sábanas y la colcha y guardarlas entre colchón y colchón, tender una manta sobre el lecho y colocar una sobre otras las almohadas sacudidas, pero sin funda. El Magistral dormía algunos días la siesta, y doña Paula, por economía, le preparaba así la cama. Hacerla formalmente hubiera sido un despilfarro de lavado y planchado.
Don Fermín volvió a sentarse en su sillón. Desde allí veía, distraído, los movimientos rápidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer fuerza al manejar los pesados colchones. Ella azotaba la lana con vigor y la falda subía y bajaba a cada golpe con violenta sacudida, dejando descubiertos los bajos de las enaguas bordadas y muy limpias, y algo de la pantorrilla. El Magistral seguía con los ojos los movimientos de la faena doméstica, pero su pensamiento estaba muy lejos. En uno de sus movimientos, casi tendida de brazos sobre la cama, Teresina dejó ver más de media pantorrilla y mucha tela blanca. De Pas sintió en la retina toda aquella blancura, como si hubiera visto un relámpago; y discretamente, se levantó y volvió a sus paseos. La doncella jadeante, con un brazo oculto en el pliegue de un colchón doblado, se volvió de repente, casi tendida de espaldas sobre la cama. Sonreía y tenía un poco de color rosa en las mejillas.
—¿Le molesta el ruido, señorito?
El Magistral miró a la hermosa beata que en aquel momento no conservaba ningún gesto de hipocresía. Apoyando una mano en el dintel de la puerta de la alcoba, dijo el amo sonriente como la criada:
—La verdad, Teresina... el trabajo de hoy es muy importante. Si te es igual, vuelve luego, y acabarás de arreglar esto cuando yo no esté.
—Bien está, señorito, bien está—respondió la criada, muy seria, con voz gangosa y tono de canto llano.
Y con mucha prisa, haciendo saltar la ropa cerca del techo, acabó de levantar la cama y salió de las habitaciones del señorito.
- Don Álvaro Mesía:
-¿A qué clase social representa en la novela,?
Don Álvaro Mesía es una persona muy rica que representa a la alta burguesía.
-¿Por qué quiere conquistar a la Regenta?¿Está realmente enamorado de ella?
Álvaro pese a no estar enamorado de Ana Ozores, la Regenta, la quiere conquistar por un motivo de prestigio social y de la gran atracción que siente por ella ya que esta es la mujer más bella y deseada de Vetusta.
- Don Víctor Quintanar:
- ¿Cómo es su relación con su mujer?¿La satisface sexualmente?
Es una relación fría sin amor de por medio, y con una gran diferencia de edad. No la satisface sexualmente por la enorme desigualdad de edad y por el tiempo que este pasa sin hacerla caso ya que se encuentra la mayoría del tiempo o en el teatro o cazando.
5.2.3- Temas: Igual que hemos visto en Fortunata y Jacinta, en La Regenta hay dos planos: uno personal y otro social que le sirve de fondo:
- Conflictos personales:
- ¿Por qué fracasan todas las relaciones sentimentales de la obra: Ana-el Fermín de Pas; Ana-Álvaro Mesía; Ana-Víctor Quintanar?
- ¿Por qué fracasan todas las relaciones sentimentales de la obra: Ana-el Fermín de Pas; Ana-Álvaro Mesía; Ana-Víctor Quintanar?
-Fermín de Pas-la Regenta: El Magistral la intenta seducir mediante la religión. La Regenta solo le ve como una especie de hermano, por eso al enterarse que Fermín está enamorado de ella siente asco. Falla el amor físico de ella por él. Una de las cosas que provocan la impotencia del Magistral es que su relación es mediante la Iglesia o mediante cartas, mientras que la que Ana tiene con Álvaro es física.
-Álvaro Mesía-la Regenta: Esta relación fracasa por la parte espiritual, ya que los dos buscan satisfacción física además que Álvaro Mesía lo único que buscaba era conquistar a Ana Ozores por su gran belleza y por el reconocimiento que tendría estar con la mujer más bella de todo el pueblo. Esto contrasta con la idea que tenía la Regenta de poderse casar algún día.
-Víctor Quintanar-la Regenta: Esta relación fracasa porque falla todo, tanto lo espiritual como lo físico, es una relación casi de padre e hijo. En la que por la gran diferencia de edad Víctor Quintanar no le puede satisfacer sexualmente y además de eso este deja desatendida a su mujer para disfrutar de sus dos grandes pasiones, la caza y el teatro.
-Álvaro Mesía-la Regenta: Esta relación fracasa por la parte espiritual, ya que los dos buscan satisfacción física además que Álvaro Mesía lo único que buscaba era conquistar a Ana Ozores por su gran belleza y por el reconocimiento que tendría estar con la mujer más bella de todo el pueblo. Esto contrasta con la idea que tenía la Regenta de poderse casar algún día.
-Víctor Quintanar-la Regenta: Esta relación fracasa porque falla todo, tanto lo espiritual como lo físico, es una relación casi de padre e hijo. En la que por la gran diferencia de edad Víctor Quintanar no le puede satisfacer sexualmente y además de eso este deja desatendida a su mujer para disfrutar de sus dos grandes pasiones, la caza y el teatro.
- Conflictos sociales:
- ¿Qué tipo de ciudad española simboliza Vetusta? Busca en el diccionario el significado de "vetusto" y di por qué crees que Clarín la llamó así?
Simboliza un pueblo totalmente conservador estancado en el Antiguo Régimen que mira con malos ojos todo lo relacionado con el cambio, es aburrido, monótono, donde la gente es hipócrita y mezquina. Vestusto significa extremadamente viejo, anticuado; Clarín la llamó así porque era un pueblo que estaba hundida en el Antiguo Régimen y todo lo de alli era muy conservador y miraban con malos ojos lo progresista.
- Opinión sobre la Iglesia: Lee el siguiente fragmento y contesta las preguntas: ¿Los miembros del coro de la Catedral tienen auténtica vocación o rezan como si fuera una obligación laboral? ¿Se llevan bien entre ellos? ¿Qué crees que critica Clarín de la Iglesia?
Para ellos el rezo es algo obligatorio más que una vocación, en el texto los rezos se describen como algo aburrido y monótono para los sacerdotes. No se llevaban bien pero intentaban fingir que sí para aparentar falsa simpatía con los demás compañeros. Critica que el rezo que en principio es algo de lo que no te cansas nunca porque es una manera de comunicarse con Dios, lo convierten en algo aburrido, obligatorio y monótono además de la falta de vocación de los sacerdotes, que esto tiene que ser lo primordial a la hora de elegir este oficio.
El coro había terminado: los venerables canónigos dejaban cumplido por aquel día su deber de alabar al Señor entre bostezo y bostezo. Uno tras otro iban entrando en la sacristía con el aire aburrido de todo funcionario que desempeña cargos oficiales mecánicamente, siempre del mismo modo, sin creer en la utilidad del esfuerzo con que gana el pan de cada día. El ánimo de aquellos honrados sacerdotes estaba gastado por el roce continuo de los cánticos canónicos, como la mayor parte de los roquetes, mucetas y capas de que se despojaban para recobrar el manteo. Se notaba en el cabildo de Vetusta lo que es ordinario en muchas corporaciones: algunos señores prebendados no se hablaban; otros no se saludaban siquiera. Pero a un extraño no le era fácil conocer esta falta de armonía: la prudencia disimulaba tales asperezas, y en conjunto reinaba la mayor y más jovial concordia. Había apretones de mano, golpecitos en el hombro, bromitas sempiternas, chistes, risas, secretos al oído. Algunos, taciturnos, se despedían pronto y abandonaban el templo; no faltaba quien saliera sin despedirse.
- Opinión sobre la burguesía y la nobleza: Lee el siguiente fragmento y contesta preguntas: ¿Se llevan mal la nobleza y la burguesía?¿Por qué Ana no se podrá casar con un noble? ¿A qué debe aspirar?
Las señoritas nobles no envidiaban mucho a Anita, porque era pobre. Para ellas la hermosura era cosa secundaria; daban más valor a la dote y a los vestidos, y creían que las proporciones—los novios aceptables—harían lo mismo. Sabían a qué atenerse. En las tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltarían a la sobrina adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana, pero no se casarían con ella. Cada niña aristócrata no necesitaba más cuidado que prohibir a su novio formal—el futuro esposo—hacer el amor a la huérfana, a lo menos en presencia de su futura. Si Anita se descuidaba, pensaban las herederas, podía verse comprometida sin ninguna utilidad. Dentro de la nobleza no era probable que se casara. Los nobles ricos buscaban a las aristócratas ricas, sus iguales; los nobles pobres buscaban su acomodo en la parte nueva de Vetusta, en la Colonia india, como llamaban al barrio de los americanos los aristócratas. Un indiano plebeyo, un vespucio—como también los apellidaban—pagaba caro el placer de verse suegro de un título, o de un caballero linajudo por lo menos.
El cálculo de las tías respecto al matrimonio de Ana no se había modificado a pesar de la gran hermosura de su sobrina. Por guapa no se casaría con un noble; era preciso abdicar, dejarla casarse con un ricacho plebeyo. Entre tanto, se necesitaba mucha vigilancia y tener advertida a la niña
- Lee el siguiente fragmento situado al final de la novela cuando ya se ha desencadenado todo y contesta a las preguntas: ¿Les había alegrado a los vetustenses que la Regenta cayera en el adulterio y sus posteriores consecuencias? ¿Lo reconocían o fingían escándalo y horror? ¿Por qué crees que reaccionan así? ¿Qué característica de la sociedad crítica Clarín con esto?
Sí, pero fingían escándalo y horror, reaccionan alegrándose porque se demuestra que la Regenta es como todas, adultera con Álvaro Mesía, la novela termina con que todos los vetustenses le dan la espalda a Ana Ozores. Clarín critica la hipocresía de la sociedad de la época que aparentaba estar escandalizados cuando realmente se alegraban por todo lo que estaba pasando.
Vetusta la noble estaba escandalizada, horrorizada. Unos a otros, con cara de hipócrita compunción, se ocultaban los buenos vetustenses el íntimo placer que les causaba aquel gran escándalo que era como una novela, algo que interrumpía la monotonía eterna de la ciudad triste. Pero ostensiblemente pocos se alegraban de lo ocurrido. ¡Era un escándalo! ¡Un adulterio descubierto! ¡Un duelo! ¡Un marido, un ex-regente de Audiencia muerto de un pistoletazo en la vejiga! En Vetusta, ni aun en los días de revolución había habido tiros. No había costado a nadie un cartucho la conquista de los derechos inalienables del hombre. Aquel tiro de Mesía, del que tenía la culpa la Regenta, rompía la tradición pacífica del crimen silencioso, morigerado y precavido. «Ya se sabía que muchas damas principales de la Encimada y de la Colonia engañaban o habían engañado o estaban a punto de engañar a su respectivo esposo, ¡pero no a tiros!». La envidia que hasta allí se había disfrazado de admiración, salió a la calle con toda la amarillez de sus carnes. Y resultó que envidiaban en secreto la hermosura y la fama de virtuosa de la Regenta no sólo Visitación Olías de Cuervo y Obdulia Fandiño y la baronesa de la Deuda Flotante, sino también la Gobernadora, y la de Páez y la señora de Carraspique y la de Rianzares o sea el Gran Constantino, y las criadas de la Marquesa y toda la aristocracia, y toda la clase media y hasta las mujeres del pueblo... y ¡quién lo dijera! la Marquesa misma, aquella doña Rufina tan liberal que con tanta magnanimidad se absolvía a sí misma de las ligerezas de la juventud... ¡y otras!
Hablaban mal de Ana Ozores todas las mujeres de Vetusta, y hasta la envidiaban y despellejaban muchos hombres con alma como la de aquellas mujeres. Glocester en el cabildo, don Custodio a su lado, hablaban de escándalo, de hipocresía, de perversión, de extravíos babilónicos; y en el Casino, Ronzal. Foja, los Orgaz echaban lodo con las dos manos sobre la honra difunta de aquella pobre viuda encerrada entre cuatro paredes.
Obdulia Fandiño, pocas horas después de saberse en el pueblo la catástrofe, había salido a la calle con su sombrero más grande y su vestido más apretado a las piernas y sus faldas más crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escándalo, a saborear el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que lamían todos, disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.
«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales».
Hablaban mal de Ana Ozores todas las mujeres de Vetusta, y hasta la envidiaban y despellejaban muchos hombres con alma como la de aquellas mujeres. Glocester en el cabildo, don Custodio a su lado, hablaban de escándalo, de hipocresía, de perversión, de extravíos babilónicos; y en el Casino, Ronzal. Foja, los Orgaz echaban lodo con las dos manos sobre la honra difunta de aquella pobre viuda encerrada entre cuatro paredes.
Obdulia Fandiño, pocas horas después de saberse en el pueblo la catástrofe, había salido a la calle con su sombrero más grande y su vestido más apretado a las piernas y sus faldas más crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escándalo, a saborear el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que lamían todos, disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.
«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales».
- Lee el siguiente fragmento y contesta a las preguntas: ¿Qué sistema político representan Don Álvaro y el Marqués de Vegallana? (recuerda lo que viste del caciquismo en el contexto histórico). ¿Había alguna diferencia si gobernaban unos u otros?
Don Álvaro representa el partido liberal dinástico y el Marqués de Vegallana representa el partido conservador. Estos conseguían llegar al poder mediante el caciquismo, sobornaban a la gente o los convencían para que votaran a un determinado partido. No había practicamente ninguna diferencia aunque cambiara el gobierno porque lo único que cambiaba era el líder pero las ideas seguían siendo exactamente las mismas.
El marqués de Vegallana era en Vetusta el jefe del partido más reaccionario entre los dinásticos; pero no tenía afición a la política y más servía de adorno que de otra cosa. Tenía siempre un favorito que era el jefe verdadero. El favorito actual era (¡oh escándalo del juego natural de las instituciones y del turno pacífico!) ni más ni menos, don Álvaro Mesía, el jefe del partido liberal dinástico. El reaccionario creía resolver sus propios asuntos y en realidad obedecía a las inspiraciones de Mesía. Pero este no abusaba de su poder secreto. Como un jugador de ajedrez que juega solo y lo mismo se interesa por los blancos que por los negros, don Álvaro cuidaba de los negocios conservadores lo mismo que de los liberales. Eran panes prestados. Si mandaban los del Marqués, don Álvaro repartía estanquillos, comisiones y licencias de caza, y a menudo algo más suculento, como si fueran gobierno los suyos; pero cuando venían los liberales, el marqués de Vegallana seguía siendo árbitro en las elecciones, gracias a Mesía, y daba estanquillos, empleos y hasta perbendas.
Así era el turno pacífico en Vetusta, a pesar de las apariencias de encarnizada discordia. Los soldados de fila, como se llamaban ellos, se apaleaban allá en las aldeas, y los jefes se entendían, eran uña y carne. Los más listos algo sospechaban, pero no se protestaba, se procuraba sacar tajada doble, aprovechando el secreto.
Así era el turno pacífico en Vetusta, a pesar de las apariencias de encarnizada discordia. Los soldados de fila, como se llamaban ellos, se apaleaban allá en las aldeas, y los jefes se entendían, eran uña y carne. Los más listos algo sospechaban, pero no se protestaba, se procuraba sacar tajada doble, aprovechando el secreto.